En los años posteriores al conflicto bélico, la emergencia y difusión del entrenamiento por intervalos en un contexto dominado por el fartlek sueco, produce una polarización entre quienes preferían o apoyaban los métodos más naturales o espontáneos y los que se inclinaban por los más científicos. Mientras que los países del este adoptaron sin discusión alguna los métodos de Reindell y Gerschler, países como Francia se mantuvieron fieles a las prácticas «naturales» originadas en Suecia.
En esa época, las críticas el entrenamiento por intervalos se basaban en los siguientes aspectos:
La dureza del esfuerzo agota a los corredores
La monotonía de los mismos no favorece la motivación
La rigidez y el carácter restrictivo del enfoque: Basado únicamente en la fisiología cardiaca, va contra la idea de tener en cuenta la totalidad del atleta, sus capacidades de compensación y adaptación. En otras palabras, un entrenamiento basado exclusivamente en intervalos produciría atletas con grandes fluctuaciones en su estado y forma física y con incapacidad de cambiar de velocidad durante la carrera.
En la otra tribuna, los defensores del entrenamiento por intervalos reprochaban lo siguiente al esquema sueco:
- Hace que el corredor no haga sino lo que le place. Como consecuencia, no lo incentiva a superarse
- El atleta no incorporara la capacidad de correr a una velocidad constante
- No permite controlar los logros del entrenamiento
A esta guerra de expertos se agrega por esos días un nuevo procedimiento que, sin ser realmente novedoso, volvió a la moda en los años 50 y se propagó en algunos países durante los años 60 y 70.
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